Di por casualidad con un pequeño extracto de Anthony Bourdain. No conocía a esta persona, aunque pronto descubrí que se ha pronunciado varias veces con respecto al viaje. La frase es la siguiente:
“El viaje no siempre es bello. No siempre es cómodo. A veces duele, incluso te rompe el corazón, pero está bien. La experiencia te cambia; debería cambiarte. Deja marcas en tu memoria, en tu conciencia, en tu corazón y en tu cuerpo.”
Al mismo tiempo, después de una breve investigación, encontré algunas reflexiones al respecto de Bourdain y de sus experiencias de viaje. Aquellos viajeros frecuentes que conectan a través de las redes conforman un pequeño culto a su figura. Una de ellas, en redes (un tal Mateo Mejía), sostiene una idea bien articulada:
“Viajar hace lo que está destinado a hacer: te desgarra. Te obliga a verte a vos mismo en formas que no podés ignorar.”
¿Dónde está la fortaleza del viaje? ¿En qué aciertos se deduce su belleza? Estoy de acuerdo con Bourdain y con la reflexión de Mejía. El viaje no es ni debe ser una experiencia cifrada por la comodidad, sino que puede –¿debe?– pensarse como proceso constante, un desgarramiento interno, un movimiento de retroalimentación entre el adentro y el afuera. Este proceso, por supuesto, se determina por varios puntos. Primero: los espacios. Segundo: las personas. Tercero: los momentos. Cuarto: el ego. No voy a desarrollarme específicamente en ninguno de ellos, simplemente porque el viaje no terminó y aún quedan cosas por vivir.
Sí, en cambio, una verdad con la que me topé por casualidad: la distancia altera los órdenes internos a medida que te encontrás con epifanías silenciosas. En esa verdad se cifran los cuatro elementos de la experiencia del viaje. En esas epifanías, en esos cortes de respiración, esas lágrimas y sonrisas y eventos y momentos, es que se consolida la belleza del viaje. Ese contacto se traduce en uno de los tesoros del viaje: la certeza de que ante todo, contra todo pronóstico, a fuerza de voluntad, este mundo está repleto de belleza y amor. Tal vez hace tiempo que lo había olvidado.
Estos últimos meses he viajado mucho, más de lo que jamás soñé. Pisé Europa por primera vez. Viajé con personas. Viajé solo. Establecí vínculos. Me desarmé varias veces, y varias veces me recompuse. Cambié piezas de lugar. Pinté algunas con colores, otras quedaron en su tinte original. Algunas de esas piezas se quedarán aquí, otras me las llevo para continuar con el rompecabezas. Escribió Böll en Opiniones de un payaso sobre la belleza y la paradoja de coleccionar momentos. Estos momentos –como todo momento– serán también retazos que determinarán las personas que queremos ser.