Sobre Acá el tiempo es otra cosa (2014) de Tomás Downey
Una vez más lo insólito irrumpe en lo cotidiano; insólito, por no utilizar categorías más afortunadas (fantástico, extraño, etc.) que cercenen el artificio estilístico de Downey. Una vez más, lo insólito en tanto principio estable, desde la agencia: golpea, desestabiliza, ahoga.
Downey se encarga de construir atmósferas opresivas, no solamente desde la recurrencia narrativa, sino también en un juego claro, quizás adrede, con la expectativa de lectura. Desde el primer cuento (“La nube”) encontramos la transposición de una asfixia que se constituye tanto por un uso particular del lenguaje como por la construcción –a medias, cabe destacar, como virtud– de personajes a la deriva que protagonizan sus relatos.
Deudor de la ficción, como todos nosotros, Downey se instala en zonas incómodas, en lenguajes cotidianos, e invita a reflexionar sobre lo macabro de la condición humana. “Mamá” desde una representación de la muerte como polvo que retoma un motivo clásico, “Astronauta” en la levitación que desafía la percepción del duelo. “Alejo”, “Los ojos de Miguel” y “Trampolín” completan una serie en la que se cifra la perversión de la inocencia. Lo insólito, lo fuera de lugar, lo que queda por decirse, el final abrupto: la maestría está en abrir esas brechas de sentido. Downey, en particular, no permite otra cosa al lector.