El relato de hoy es «Creeping Siamese» (1926), de Dashiell Hammett.
Policial dinámico, policial de choque. La muerte que abre el relato, para nada similar a los clásicos policiales ingleses, franceses y estadounidenses, sucede justo cuando el detective está cobrando un cheque por un trabajo anterior. Esta imagen sola resulta suficiente para destacar los méritos de un relato como “Creeping Siamese” de Samuel Dashiell Hammet. No por nada es que sus policiales suelen definirse como hard-boiled, duros, calculadores.
Hagamos de detectives por un instante. El muerto, luego de ser examinado por el Old-Man, presenta una de las peores perspectivas para investigar un crimen. Es peor que no tener ninguna pista, contar con demasiadas, con una exageración de indicios que apuntan hacia lugares –geográficos, por cierto– diferentes. Algunas cosas se deducen, pero eso no le importa mucho al narrador. Buscan, interrogan, se despliega con velocidad un entramado de investigación. El narrador no duerme mucho. Lo llaman: dispararon a un hombre que dice haber sido atacado por un grupo de tailandeses (siameses, retomando el título), algo que coincide con el pareo que el muerto usaba para cortar la hemorragia antes de morir.
Es todo algo extraño, claro. El narrador y otro detective, O’Gar, se acercan a la casa y encuentran toda una escena: un hombre baleado en la pierna, Richter (Holley), su mujer, un efectivo de la policía. Les cuentan una historia sobre el hombre asesinado, al que llaman Molloy. Acá hay un problema: este personaje que apenas enuncia un diálogo en toda la producción cuenta con unos cuatro nombres. Rounds anotado en el hotel, Molloy en el primer discurso de la “pareja”, Dawson al continuar con la historia, y finalmente la mujer revela que ese es su marido perdido, Sam Lange de nombre. El relato que Richter (Holley) les narra tiene como protagonistas a estos siameses que por algún motivo desconocido deciden robar un paquete que Rounds-Mollow-Dawson-Lange les dejó a su cuidado. Los detectives se dan cuenta de inmediato, a partir de unos breves indicios. Los acusados se resisten, pero terminan sucumbiendo después de que la mujer revela toda la verdad. Al final del relato, sin embargo, la invención de las historias como recurso cobra un nuevo sentido: el narrador le dice a O’Gar, al ver pasar a un grupo de marinos tailandeses, que en caso de haberles creído (es decir, de no haber cumplido con la labor del detective) esos pobres diablos serían los que estén condenados, y no el par fraudulento que se aleja en el coche de la policía.
Fuente: https://storyoftheweek.loa.org/2022/05/creeping-siamese.html
Entrega de Library of America correspondiente a la semana del 22/05/22