Llegamos a Firenze –decido escribir el nombre italiano de Florencia, pues me parece mucho más bello– de noche, agotados. Nuestro bus se retrasó. Tuvimos que tomar un tranvía hasta el centro de la ciudad, en un horario complicado. Perdimos la cena. Caminamos como locos, después de un día en el que ya habíamos caminado como locos.
El viaje queda cifrado en eso: un frenesí de experiencias, monumentos, ciudades, personas; pequeños momentos por fuera del tiempo. Firenze tuvo mucho de esto. Tuvo fiesta, melancolía, entusiasmo, experiencias algo absurdas. Sobre todo, tuvo a las personas. Propuse la discusión, en un momento, sobre si al viaje lo hacen los lugares o las personas. Por suerte no estuvimos todos de acuerdo y pudimos conversar un rato. Creo que las personas hacen viajes: los lugares adquieren significado a partir de nuestras compañías. No es lo mismo recorrer Firenze de a tres o de a cuatro que en la completa soledad. Son experiencias diferentes. Una no está mejor que la otra; simplemente son diferentes.
Nos perdimos. Perderse en la ciudad como forma de protesta, el wandering, la toma de posición ante la modernidad. Caminar con rumbo y sin rumbo al mismo tiempo: un limbo. Recorrimos puentes y edificios, comimos focaccia. Llegamos al Piazzale Michelangelo, el mejor mirador de la ciudad. Una manifestación: tomé un Aperol, pregunté de qué iba la cuestión y les compré una remera en apoyo a la causa. En un momento, cuando estábamos encima, con Firenze a nuestros pies, se elevó una nube roja: las bengalas de los manifestantes, el rock del concierto, el rugido de los que todavía protestan por otra posibilidad. La manifestación era por los trabajadores de una fábrica que se cerraría, quienes querían tomar control de la misma y convertirla en un centro que opere con energía renovable. Al menos, eso le entendí al italiano que me lo quiso explicar.
Firenze debe ser una de las grandes capitales mundiales del arte. Recorrimos estatuas, estructuras, paisajes, monumentos; toda producción de algunos de los artistas más reconocidos de la historia: Michelangelo, Leonardo, Brunelleschi. Dante. Dante Alighieri. Dante, el de la Divina comedia. Dante, el padre de las letras italianas. Dante el enamorado, el infernal. Dante y Beatrice. La casa de Dante. El museo de Dante. Una foto con la estatua de Dante. Cruzar los puentes: especular en cuál Dante se encontró con Beatrice. Primer souvenir del viaje: una moneda dorada con la cara de Dante para poner en la biblioteca. No solo son los espacios, también es la significación que adquieren según la experiencia de los particulares.
Volver a los mismos lugares. Recorrer el Duomo una y otra vez. Familiarizarse con las plazas, con los locales y la comida. Irse. Marcharse. Decir adiós. Poco me importaron ciertos eventos; pero en el gran esquema de las cosas, en el orden universal, supongo que Firenze es uno de los sitios más bellos del mundo. Y estuve allí durante dos o tres días.