Espacio de la belleza, espacio de la melancolía. Budapest se erige indescifrable, caótica como mi llegada: un bus con demasiadas paradas, el retraso del avión, problemas en el embarque. Nada de eso importa: la promesa húngara le gana a los embates de las circunstancias.

Budapest de noche, Budapest de mañana. La división de la ciudad: Buda, Pest. El Danubio como puente y los puentes del Danubio. Quizás el encanto de Budapest esté en su naturaleza partida, en sus dualidades y espejismos.

El frío que cala los huesos. Debajo del cero, la helada de Budapest se deduce en los bloques de nieve que encuentro en el camino, desde el aeropuerto por la noche hasta el centro de la ciudad al día siguiente. Es un hielo espeso, congelado, que no se derrite por el tímido sol ni por las pisadas; todo lo contrario, es un hielo traicionero, te hace tropezar.

La ciudad inunda tanto que hasta resulta opaco hablar de cualquier otra cosa. Las personas somos simples actores sublimados ante la majestuosidad de las basílicas y los puntos históricos. Es una ciudad inagotable: poco más de dos días no son ni por lejos suficientes. Bratislava, Florencia, Bologna, Genoa, Trieste, Mónaco, Marsella… todas las ciudades en las que estuve y que me dieron cierta sensación –incipiente– de agotamiento, de repetición. Budapest no. Es una yuxtaposición de espacios significativos. Y, más importante aún es la atmósfera. Más allá de los mercados y las temáticas navideñas, Budapest respira (y permite respirar) un aire frío, melancólico. La ciudad transmite la sensación de que añora algo, en una nostalgia latente. Un acceso tan roto como la ciudad dividida.El Danubio es majestuoso. Me hubiese gustado conocer el Danubio frondoso de la frontera, el Delta que se bifurca desde Viena y comienza a realizar su travesía errática hasta Budapest. Sin embargo, paseamos en barco durante algunos kilómetros por la noche. Las luces de Budapest son una obra de arte. La iluminación del centro, del castillo, del Parlamento. De la Casa Real. El Danubio contempló estoico todos los cambios de una ciudad que continúa cambiando constantemente, que se moldea a la modernidad aunque rebasada por una historia concreta. Una última sentencia, acaso hipótesis: tanto el Danubio como Budapest son conscientes del efecto que producen.