Existen algunos sitios que para ser descritos requieren palabras complejas: largas sucesiones de adjetivos, de nombres, incluso algunos verbos deben incluirse en la ecuación. Esos lugares, en apariencia, son simples y no presentan una forma concreta, sino que deben ser contenidos a través de la flexibilidad de la palabra. Ese no es el caso de Viena. Es una ciudad pulcra, majestuosa, artística, otrora capital mundial de la cultura. Es una ciudad imponente. Sin embargo, ante todo, es una ciudad bella, y esa es la forma más clara que existe de describir Viena. La belleza irradia desde sus puntos más altos, y extiende una estela luminosa –incluso, o más aún, por la noche– sobre cada resquicio urbano.

Viena es ajetreada. Viena presenta posibilidades. Viena es una ciudad del encuentro y del desencuentro. El viaje en Viena fue de lo más hermoso que sucedió este año, pues se sintió un viaje hecho en mis términos, me permitió acercarme al tipo de forma en la que me gusta viajar. Ahora estoy seguro de eso. Viajes que oscilan entre el frenesí de aprovechar cada instante y la calma del camino sin rumbo, del detenimiento, de la conversación. En Viena compartí viaje con dos de las personas que primero conocí al llegar a Europa, una deuda que tenía pendiente desde aquellos primeros días de octubre. También me permitió conocer mejor a personas con las que no había tenido contacto antes, encontrar una hermosa compañía, comodidad e inclusión. Vuelve la pregunta de siempre, casi dada está la respuesta: ¿los lugares, o las personas? Obviamente son las dos. En este caso, las personas elevaron una ciudad que solo puede ser descrita como bella, la volvieron especial. 

Torta de chocolate, la fría noche vienesa, el transporte público y las brújulas mentales; repetir los lugares, verlos nuevamente, experimentarlos de mil formas diferentes: las plazas, la ópera, los monumentos, el centro. Perderse conversando de las cuestiones más profundas y triviales del mundo. La Biblioteca Nacional de Austria, el Museo de Literatura de Viena. Las exposiciones, el poder compartir la pasión, que explote la contemplación, que se sublime en nosotros, que nos deje sin palabras para que exista un momento posterior en el que encontremos, un mes después, alguna que otra palabra que permita atisbar la experiencia. El viaje, mi viaje literario; nuestro viaje.

¿Viena te espera?