Pienso en un tipo de monstruo particular, aquel ideado por Mary Shelley en términos de criatura, de creación. El monstruo distintivo y rediscursivo de Frankenstein (1818) que, a pesar de las pruebas del tiempo, continúa sin perder su vigencia. Pienso en un monstruo creado no únicamente por el arbitrio del ser humano –puede argumentarse que todo monstruo es, en cierta medida, una creación humana– sino en un intento de imagen y semejanza. Pienso en un monstruo condenado: una abominación que no puede, por su propia esencia, pertenecer a ningún ámbito de la vida social, ni tampoco a aquellos espacios reservados para la pura naturaleza.
Este tipo de monstruo está íntimamente ligado a su creador. En un estadío temprano, necesita del mismo como un niño de su padre para establecerse –en un intento insatisfactorio– en el mundo civilizado. Por lo general, ante el horror de la propia creación, y cual padre ausente, el creador abandona a su creación; el monstruo queda huérfano.
Es entonces que emerge el recorrido del monstruo, el desarrollo de una autoconciencia que puede desembocar en dos alternativas para con su comportamiento: la pureza o la destrucción. Este estadio inicial, como hoja en blanco, permite una hipersensibilidad que lleva al monstruo a ser afectado por sus primeras percepciones del mundo que lo rodea. La criatura de Victor Frankenstein, por ejemplo, demuestra una pureza extrema que, al ganar conciencia y dimensionar los comportamientos de su creador y la especie humana, deviene en una implacable sed de (auto)destrucción.
En la película “Poor Things” (Lanthimos, 2024) la creación (Bella Baxter) es tan horrenda como novedosa. En un mundo que se plantea como maravilloso –según la perspectiva todoroviana–, una criatura reanimada que comparta el cuerpo de la mujer embarazada muerta y la mente de su hijo nonato representa una combinación de orden complejo. Esta protagonista, en su pureza tonta, adquiere autoconciencia a partir de un viaje que la lleva a resignificar, por lo excepcional de su condición, diferentes paradigmas socioculturales que entran en consonancia con nuestro mundo.
El potencial del monstruo está en lo que tiene para decirnos con respecto a nosotros mismos, Pienso que solo en contraste con el monstruo, con los monstruos y sus horrores, es que el ser humano cobra por fin una total dimensión de su condición y fragilidad.