Hace casi un año leí un artículo en el que se realizaba un digest de cierto proyecto que llevó a cabo una cuenta de Instagram. Lectura alrededor del mundo, o algo así. Era bastante wannabe por los títulos que se incluían, pero al final del día me pareció que pueden rescatarse dos cosas: la voluntad para leer un conjunto de libros por consigna, y la consigna en sí.
No es que lo vaya a cumplir, aunque al principio mi idea estuvo más cerca de la fascinación y una breve envidia por el tiempo disponible (o quizás, nuevamente, pueda ponerlo en términos de voluntad) para esta empresa. En otras palabras, consideré hacerlo, estuvo en mis notas durante meses como proyecto, y tampoco descarto la posibilidad de una reversión menos restrictiva. Aun así, de lo que me interesa hablar ahora, quizás incluso para convencerme de su productividad, es de la consigna en sí.
Leer alrededor del mundo resulta fascinante justamente por el agenciamiento contradictorio desde el que parte. Se pone en juego ese tipo de viaje estático que encantó siempre en la literatura, ese tipo de viaje estático que solo habilita la literatura en términos de imaginación. Intercambios culturales, lecturas que toman como punto de partido un choque de códigos, el juego entre perspectivas opuestas o disidentes. Es bastante divertido pensar un proyecto de literatura alrededor del mundo como parte directa de ese concepto de literatura mundial tan estudiado, hoy por hoy, por el comparatismo. Al menos en intención. Lo demás se verá.